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COLETA DE TIEMPO

La Poesía de Justo Jorge Padrón

Artículo publicado en la revista Wayra(Suecia), edición número 4.

Escribe: Benjamin Huamán Castope

 "Justo Jorge Padrón, poeta nacido, en 1943, en las Islas Canarias, de formación universitaria en Ciencias Políticas, tuvo que abandonar tal oficio, incluso en contra de su padre, por el arte, en este caso, por la literatura. Sin duda, para muchos, es un gran poeta épico, por su verso que plasma, de manera mágica, la historia, la sensibilidad humana y una realidad efímera.

Para este momento, gracias a su metamorfosis poética, Padrón es un exquisito representante de la poesía española. Con obras traducidas en cerca de cuarenta y tres idiomas, sus poemas muestran la presencia de elementos como el agua y el fuego, esencia verosímil de su literatura y personalidad, tal como se espeja en Fuego en el diamante (Sonetos: 1995-1998) o en el bien dotado Abedul en Llamas (1978).

Poesía, articulación mágica de palabras, que nos llevan a un espectro indescriptible, casi metamórfico en tiempo y espacio, no sólo cuando se transita por algún verso, sino también en la sensibilidad del mismo ser humano. En su «Walking Aroud», Neruda decía cansarse de ser hombre. Por el contrario, Padrón es fuego infinito e inextinguible, brisa inconclusa. Así, en «Un don Irrepetible», poema a Neruda, versa: «Después de recordar lo caminado/ y volver lentamente a recórrelo,/ sin ilusión, como si no pudiera/retroceder a lo vivido/ ni fuese ya capaz de dar un paso, miro/ a través de los fuegos de este otoño arenoso,/ y de súbito tiemblo».

Empapado de comentarios y halagos, Borges afirmó: «Padrón es un gran poeta, ha conseguido con estos poemas —Los círculos del infierno (1976)— lo que hace mucho tiempo no me ocurría, emocionarme profundamente y hacerme llorar». Por ejemplo, en «Aquel Frondoso Peso», uno de los poemas de esta producción, escribe: «Escuché un balanceo de remos en mi cuerpo/ como si columpiase al sol de la mañana./ Fragor de platería en los huecos de aire./Una ráfaga calida un cimbrear crujiente (…)». El poeta cuajado, añejo, se iba mostrando en una poesía rica en representación natural plasmada en una metáfora pulida. La exquisitez de su poesía descansa, sin contradicción alguna, en la naturalidad de sentar palabra tras palabra y llevarnos al ojo y mano del poeta.

El odio y el amor, la oscuridad inconclusa y el amanecer infinito —las extensas contradicciones siempre juntas—, en el Resplandor del Odio (1993), él se muestra sin caretas. El profundo abatir de odio recalcitrante que quema en lo más hondo del ser, aquel sentimiento más de una vez reprimido en todos, es, tal vez, el espacio de filosofía mordaz del autor, donde cada espacio es fuego intimidante, donde cada lugar queda vacío y cada segundo transitado, un pantano. Pero, al mismo tiempo, o viceversa, el amor se cuelga en contradicción natural, como paño, calma o suavidad sencilla, como un claro oscuro de Rembrandt o, simplemente, una diatriba existencial.

Ascuas del Nadir (1995), este poemario que comprende cuatro capítulos o cuatro poemas, en el que transita por «La Noche» (poema I), «La Mañana» (poema II), «El Medio Día» (poema III), y «El Atardecer» (poema IV), se convierte en un espectador del tiempo, donde los protagonistas son el mar y el cielo, comportándose de manera distinta en cada segundo, minuto, hora, tiempo en el que sus retinas se visten coloridas, cuando la mañana o el ocaso se sienta al mar y sus aguas juegan. El espectador que tiembla maravillado frente al nadir cósmico y que resume de este modo al día en cuatro estaciones.

Padrón versa al agua, elemento que ha formado parte de su vida, puesto que el espacio donde nació y creció representa un lunar oceánico, por llamarlo de algún modo. A los veintitrés años publica Escrito en el Agua (1966), donde su matiz romántico se ve anclado a esa porción natural, cómplice infantil de filosofías y su juventud misma. Tal como lo muestra en «La incógnita de ser» —poema de Escrito en el Agua—: «Cuando sea tan solo una gota de lluvia,/ apenas un impulso hacia la luz (…)». Y concluye: «De nuevo la ternura radiante de mi madre abriendo la ventana/ al fértil firmamento donde empieza la vida».

En Padrón, estos enjoyados poemas encarnizados llevan, sin desvarío, cierta cosmovisión nidificada en cada uno de sus versos, pues, a medida que vamos leyendo cada uno de sus poemas, nos sumergimos no sólo en la sensibilidad del artista, sino también en la historia misma de su espacio.

Canto Universal de las Islas Canarias o Hespérides (2005), como así lo nombran algunos, es una de aquellas producciones cargadas de pasado épico. Poemario compuesto por veintiséis cantos, es, hasta ahora, su producción encumbrante. De ahí que Ricardo González Vigil lo llama «Canario Universal, un Atlante del verso». Canto Universal de las Islas Canarias es la historia hecha verso porque plasma, con tal elegancia, hechos suscitados desde las conquistas en la «cuna» de Padrón hasta la misticidad de la Atlántida. Es sumergirse en aquella mitología conocida en la que Hespérides, hija de Héspero, es llevada a un jardín colmada de manzanas de oro. Este jardín queda al extremo del planeta y es habitado por dioses. Leyenda hecha poesía, Padrón es mítico en su verso. Instalándose en batallas, sintiéndose tal vez parte de ellas también, como cuando escribe: «Yo, Lindaro, vigía de esta costa,/ alzo mi caracola y expando su sonido/ para que los hermanos la noticia festejen/ y acudan a la playa en son de bienvenida. Y desde la quietud de este aislamiento/ me pregunto: ¿De dónde vienen? ¿Quiénes serán?/ ¿Dioses, diantres, personas, enemigos? (…)», de Canto Duodécimo. Esta es la obra más madura, capaz de ser colocada, tal vez, junto a La Vida es Sueño, de Calderón de la Barca, o la Iliada, de Homero.

Dejarse atrapar por los versos de Padrón es volver al origen del universo, al espacio profundo del ser, o, como dice Marcel Marceau, al silencio puro e infinito. Aquel jovencito de diecinueve años que estrenó un recital en el círculo de Bellas artes de Tenerife y que fuera víctima de algunas criticas latigantes, viste de historia y canto. Padrón es agua, fuego, viento, brisa, día o noche, aquel espectro aún inconcluso. Padrón: el fuego Atlante".

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