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COLETA DE TIEMPO

TRIBULACIÓN

               Estoy frente a ti, en medio del silencio,

               compungido, con las manos frías,

               la cara maltrecha;

               con el recuerdo de tu mirada y tu lucha,

               con el recuerdo de tu vocación diocesana,

               tu calma, fe y esperanza

–. Aquellas que siempre me fueron esquivas.

Recuerdo la vez en que la abuela salió de la casa, sin que nos percatáramos, y alterado fui a buscarte. Me miraste (reías siempre mostrando tus dientes de conejo). Te dije que la abuela había salido, no estaba por ningún lado. Ya vendrá, ya aparecerá, ten fe – me dijiste.                                                                                                        La abuela sufría de Alzheimer.

             Estoy frente a ti en medio del silencio,

             con los ojos cargados de llanto,

             en medio de un pasado aparcado

             en algún costado de mi memoria.

La letra de tu mano, una M grandota. Mira mi M-de-macho – me decías –. Tus manos parecían de arcilla, color barro-crudo, las manos que me salvaron del pozo que papá había hecho para sacar agua. Me salvaste la vida, gracias a esas manos de emes grandotas, con emes de macho.

                      Estoy frente a tus ojos,

                      frente a tu rostro de marfil-abandonado,

                      en medio del silencio de tu cuerpo,

                      tus manos inmóviles, abrazadas entre si                   

                      y tu mirada desvanecida entre espejos.

                      Todavía siento tus abrazos quemando en mi espalda.

Aún llevo conmigo el reloj Victorinox que me regalaste en mi cumpleaños. Un ojo de la cara debió haberte costado. Nunca me dijiste el precio. Era bacán cuando, por la noche, brillaban sus agujas y números. Así brilla el tiempo a veces – me decías –. Así brillaban tus ojos a veces.     

                        Tu cara embalsamada con perfume de adiós,

                        tus poros sin respirar el óxido del tiempo,

                        tu cuerpo a solas,

                        tu apagón y mi penumbra,

                        estoy frente a ti oyendo tu silencio. 

El tiempo debió detenerse. Debió detenerse el bus en el que íbamos. Debieron dejar de girar los neumáticos. Debieron detenerse nuestros sueños de Boy Scout. No debimos escoger Huaraz y su Pastoruri, sino Cuzco y su Machu Picchu o hubiese sido mejor quedarse a jugar con la abuela (porque era divertido jugar con ella, a recordar nombres de frutas, por ejemplo. Ella siempre le llamaba naranja a la manzana o manzana a la piña. Era a veces divertido jugar con su Alzheimer). Nunca debimos viajar, Dieguito.

                        Estoy frente a ti,

                        frente a tu cuerpo inerte,

                        frente a algún adiós pasajero,

                        sin pasaje de vuelta.

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